Desgraciado aquel que no sabe controlar el tamaño de su ego. Infeliz quien no sabe en qué momento debe engrandecer o empequeñecer sus pretensiones. Amargado queda el que confunde pedir con exigir. Iracundo se vuelve quien no pide aquello que cree legítimo pensando en que debían de ser los demás quienes lo adivinaran. Frustrado se queda quien no sabe encajar un fracaso, sabiendo que éste forma parte del camino al éxito
En cambio, la persona humilde y valiosa sabe que el ego puede eclipsar aquello que de maravilla tiene la vida. Una persona así ilumina sin querer, ayuda sin pretender, comprende sin más.
Gabriel