Las culturas animistas tomaban la naturaleza, la adoraban, se ponían de rodillas ante ella, se sentían una con ella. Los monoteismos, en cambio, toman lo que es natural, lo desgajan y parcelan, lo convierten en una neurosis y se entusiasman con ello ignorando otros modos verdaderamente plurales y respetuosos de entender la vida. Es así como el ego ha ido creciendo sin control, tergiversando lo natural hasta convertirlo en objeto de culpa y dominio. Curioso este modo de actuar por parte del humano, que crea el látigo con el que luego se va a azotar a si mismo. Y no digamos nada del capitalismo rampante que, más que arrodillarse, es como para echarse a llorar. Primero caemos de cuatro patas ante nuestras propias trampas y luego nos damos latigazos con ellas.
Gabriel