Pongo aquí este párrafo extraído de un artículo escrito por Ricard Solé que se publicó en el suplemento Culturas de La Vanguardia. El artículo se puede leer entero en este enlace: Vida real Vida artificial.
Destaco a continuación el párrafo:
¿Estamos lejos de la conciencia artificial? Sin duda, pero como suele
ocurrir con todas las grandes revoluciones, hay pasos intermedios que
anuncian un cambio y que nos sorprenden. Tomemos por ejemplo los
experimentos llevados a cabo en un laboratorio de Suiza, bajo la
dirección del investigador italiano Dario Floreano, uno de los padres de
la llamada robótica evolutiva. Esta disciplina, que inspiró a Michael
Crichton para escribir su novela Presa, estudia el comportamiento de
robots capaces de evolucionar su hardware y resolver problemas
complejos. La evolución tiene lugar de forma similar a la que ocurre en
la naturaleza: los robots cuya eficiencia es mayor son preservados,
mientras que los menos eficientes son sustituidos por copias de los
primeros que incorporan pequeños cambios (a modo de mutaciones). Los
robots de este experimento fueron colocados en un espacio donde había
dos tipos de elementos: fuentes de carga y de descarga. Las primeras
eran zonas en las que los robots podían recargar sus baterías, mientras
que en las segundas sufrían una descarga. Los robots, además de motores
para moverse, iban equipados de dos tipos de luz, roja y azul, que
inicialmente no tienen utilidad alguna. Con el tiempo, los robots
empiezan a orientarse en su mundo y descubrir que deben buscar las
fuentes de alimentación y evitar las de descarga, y una forma de lograr
rápidamente lo primero y facilitar lo segundo es cooperar. Los robots
desarrollan estrategias de cooperación basadas en emitir luces azules
cuando se encuentran cerca de las fuentes de carga y rojas en caso
contrario. Al detectar la señal emitida por un robot que ha encontrado
un lugar en el que recargarse, otros robots se acercarán a la señal,
pero se alejarán si es una luz roja de advertencia. Al cabo de un
tiempo, esta situación en la que ayudar a los demás beneficia a todos
(algo muy común en la evolución de la vida) surge algo nuevo, inesperado
y... muy humano. Algunos robots desarrollan la mentira como estrategia.
¿Por qué? Cuando los robots reconocen una luz cercana que les indica a
dónde deben ir, ocurre a menudo que se forma un atasco: los robots
colocados alrededor de la fuente de energía impiden a los que llegan
tarde alcanzar su objetivo. ¿Qué hacer entonces? Los mentirosos
simplemente mienten: llaman a los demás a caer en una trampa (señalando
como buena una fuente de descarga) o evitando que se acerquen al
objetivo deseado (marcándolo como peligroso). Si añadimos a este ejemplo
el de los primeros robots que se reconocen en un espejo y los que
inventan su propio lenguaje, con una gramática simple, como demostró
hace años Luc Steels, investigador ICREA de la UPF, nuestra imaginación
puede empezar a volar sin problemas.