Crónicas caninas: Neurocipoticidad en el parque.

Crónicas caninas: Neurocipoticidad en el parque.

Estoy en el parque observando los paseos y correteos que amos y perros dan. Da para mucho el tema, como podrán ver. Calibro las diferencias que humanos y canes exhiben en relación a sus instintos más primarios. Sí, no se extrañen, nuestro mundo, el de todos, funciona con pautas y normas que se transmiten como actos de magia, por osmosis. No hay gran diferencia en cuanto a las motivaciones de unos y de otros. Os lo digo por propia experiencia, yo, cual Zelig, que puedo pasar de una condición a otra o, más aún, encarnarlas a ambas simultáneamente.

El modo de tratar que tiene el amo con respecto al perro es un equivalente de cómo es él, de cómo le han tratado otras personas e, incluso, en el más exquisito de los tratos, de cómo actúa según lo que podría ser una sociedad humana ideal. Es decir, una proyección de los propios anhelos en relación a lo humano, sólo que sobre una hermosa e inteligente criatura. Como ven, la relación entre amos y perros constituye una vía de autoconocimiento muy aprovechable.

Sigamos. Estamos en primavera y la lujuria campa por sus fueros. También, cómo no, la gula, el deseo de estar en todos sitios en donde pueda cocerse algo. Ahí veo, por ejemplo, un macho que va detrás de otro macho con el fin de hacer una conjunción copulativa imposible. Lo de imposible es por la diferencia de altura entre ambos. Sin embargo, ello no es óbice para seguir intentándolo. Los hay que no tienen sentido de la medida. Parecen humanos. No me refiero a copular sino a querer hacerlo con alguien que no puede satisfacerte ni aún queriendo. Finalmente, el perro copulador, viendo la imposibilidad reiterada del objetivo, se decanta por otro de su misma altura.

En otro andurrial, un poco más allá, otro macho intenta conjuntarse con una hembra. Ésta no se deja, aunque no se aparta. Parece querer decirle que está muy bien el chico pero que no es una copulación lo que quiere en ese momento. Él sigue en su afán sin detenerse a pensar qué es lo que su amable compañera quiere de él. Como es obvio, si ella no quiere él no puede. Ahora ella se aleja y el macho la sigue. Finalmente logran conjuntarse. Él copula muy concentradamente, como es menester, mientras ella está olisqueando el cipote de otro perro que se le ha puesto con sus cuartos traseros por delante, al alcance de su hocico. Al perro copulador no le parece mal que ella se entregue a otros estímulos que no provengan de él. Y al perro olisqueado, tampoco.

En otro paraje, dentro de la gran panorámica anterior, veo un acto de comensalismo bien entendido. Un macho está succionando el pene de otro, tal como lo oyen. Una felación, vamos. Según las categorías humanas, este can, como el anterior, podría ser considerado gay. Sin embargo, luego lo veo conjuntándose con una hembra, la cual, por cierto, estaba al tanto de las felaciones de su actual copulador. A estas alturas puedo asegurar que los perros, aún teniendo un código moral tan complejo como el de los amos, no tienen, ni de lejos, sus manías.

Y ahora, si me lo permiten, debo dejar esta escritura, pues estoy notando la humedad de un hocico que me olisquea a mis espaldas. Podría seguir haciéndolo, pero hay cosas que merecen ser consideradas con la atención que merecen.

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