Aquí (aún digo aquí cuando pienso en Castilla) confundimos la alegría con la irresponsabilidad, y la virilidad con el desabrimiento y la hirsutez. Aquí el humor -que ayuda a vivir, por lo menos, tanto o más que la religión- es también negro, igual que la raza castellana de gallinas. Y nuestro demonio familiar no es el de rijosidad ni el de la soberbia, sino el de la envidia, o sea, la tristeza por el bien ajeno; de ahí que no haya ningún alegre envidioso ni ningún envidioso alegre; en el pecado llevamos la penitencia.
El pedestal de las estatuas
Antonio Gala